Me encanta el boxeo. Lo practiqué de forma amateur hace años e inmediatamente me enamoré de la disciplina y cuándo me invitaron al campeonato centroamericano de boxeo, acepté sin dudar. Claro, la invitación llegó unos años (y kilos) más tarde de lo que hubiera querido, porque no fue para participar, sino para fotografiar el evento.
De cualquier forma, iba contento. Pasaron las peleas y tomé muchas fotografías: el ganador levantando los brazos al ser declarado vencedor, rostros de esfuerzo, gritos en las esquinas, público exaltado. Todo lo que usualmente se captura desde el espacio reducido que asignan para fotógrafos. Sin embargo, en la última pelea, nos dieron espacio para acercarnos un poco más y fotografiar al campeón actual y al retador local.
Fue una pelea extraña. El pugilista local insistía en bajar su mano izquierda al atacar, y su entrenador se cansó de gritarle desde la esquina que, si seguía haciéndolo, tiraría la toalla para terminar la pelea. Intuí que algo pasaría y me acerqué a su esquina.
No hace falta saber mucho de boxeo para adivinar lo que sucedió. En cuestión de segundos, el boxeador costarricense respondió a un cruzado mal cubierto con un uppercut preciso y seco. Todavía recuerdo el sonido de la mandíbula y su espalda golpeando el ring. Segundos después, el estadio se llenó de aplausos y gritos para celebrar la magnífica contra del boxeador costarricense.
Mis colegas corrieron para obtener la foto de frente. Yo preferí quedarme en la esquina, porque odio correr o empujarme para buscar un espacio, pero también porque la caída del local no me había parecido normal.
Usualmente, después de un nocaut, se necesitan unos segundos para volver en sí, pero en este caso ese tiempo se alargaba más de lo habitual. Con el pasar del tiempo, el público enmudeció y el campeón se dio cuenta de que su rival no regresaba. En ese momento, disparé.
Después de 30 segundos, el boxeador reaccionó. El público aplaudió y el campeón se acercó a darle un abrazo. Rivales pero no enemigos era el lema de su gimnasio.
Dicen bien que cuando fotografiamos, no lo hacemos únicamente con la cámara, sino también con las experiencias que llevamos a cuestas. No pretendo afirmar que mi experiencia previa en el ring me permitió lograr una composición especial, pero definitivamente me hizo percibir el momento de manera distinta y estar completamente presente. Supongo que eso es lo que me enamora de este arte.
Es una de las grandes tragedias del boxeo, lo que tiene de bonito y emocionante, lo tiene de peligroso. Una fotaza la que tomaste.
Un abrazo.
Tu experiencia previa y tu sensibilidad, sin duda.