Hace unos días platicando con amigos salió a conversación el tema de moda entre fotógrafos, la inteligencia artificial. Una charla que recorrió un vaivén entre si usarla es fotografía o arte digital, si es trampa o no usarla, o qué tipo de reconocimiento debería tener esta nueva tendencia. Diferentes posturas y argumentos que hicieron amena la noche.
En lo que todos coincidimos fue en que negar su impacto sería algo imposible. Es algo que está y seguirá pasando y que sin duda alguna vino para quedarse e involucrarse en la mayoría de aspectos en nuestro diario vivir.
¿Debería asustarnos? No lo creo. Las posibilidades creativas serán infinitas y quienes decidan usarla quizá logren cosas impensables, ángulos imposibles, composiciones extraordinarias, modificaciones directo en cámara, y quién sabe que más. De hecho me entusiasma imaginar lo que se logrará usando la tecnología a nuestro favor.
Mi único temor es que en un mundo con infinitas posibilidades gráficas y conexión instantánea a millones de personas que podrán moldear su mundo con un par de taps, crecerá desmedidamente la realidad distorsionada que con las herramientas actuales hemos venido construyendo. Si Instagram ahora mismo es un lugar que se siente plástico por la distorsión de perspectiva actual , no logro imaginar cuándo la creación de mundos y realidades alternas esté al alcance y costumbre de todos.
Habrá una generación de fotógrafos que no conciban la fotografía sin inteligencia artificial, sin que las cámaras hagan correcciones a la realidad directamente desde el visor o incluso que ni siquiera requieran de una cámara para lograr imágenes impresionantes. Seguramente será una generación que volteará con asombro a los dinosaurios que usamos para fotografiar hoy en día.
De regreso a casa muchas preguntas venían a mi cabeza. ¿En que parte de la ecuación quedamos los que no querramos subirnos al tren? ¿En qué lugar quedaremos los románticos (o viejos) que prefiramos el no usar IA para construir imágenes? ¿Cómo podré competir en un mercado que cade vez más estará enfocado en algo totalmente distinto a lo que hago?
Honestamente, me inquietó por un par de días. Como típico hombre empecé a imaginar escenarios fatalistas y formas de solucionar problemas que ni siquiera están pasando. Pero como he aprendido, siempre es bueno regresar a quienes nos mantienen a flote, y Claudia me recordó que esta no es la primera vez que pasa, y que el arte tiene un valor mucho más grande que las tendencias, números y dólares.
Creo que como fotógrafos tendremos la responsabilidad de fotografiar el vacío. Como sociedad tendremos una sobrexposición a estímulos y recursos que nos alejarán cada vez más de nuestras conexiones o sentimientos más básicos y crearán una sequía de realidad. En ese sentido, la fotografía reclamará su posición de tótem y será el ancla que nos recuerde quienes somos. Anhelaremos fotografiar el dolor, el amor, la nostalgia, las risas y decepciones, las relaciones, el sexo, la realidad. Y allí es en donde creo encajar.
Así que seguiré a lo mío, a buscar conexiones. No tengo certeza de lo que pueda suceder, pero si pudiera dejar un legado, espero que sea ese.
Siempre se necesitarán fotógrafxs sensibles para percibir y crear imágenes, para sentirlas y ofrecerlas al mundo y, sobre todo, a unx mismx. Somos fotografxs por el vinculo, la conexión, el encuentro, el hablar en “otros términos”. Creo que pasa con lo analógico hoy, nos convertiremos en un nicho tal vez, pero nos reconoceremos más facilmente 🫶🏽
La fotografía requiere de la presencia, de la cual carecerá siempre la inteligencia artificial.