Hay libros que aunque no enseñan técnica, cambian la forma de mirar y Célebres y anónimos de Rodrigo Moya, es uno de esos. Desde la primera página sentí algo que pocas veces me pasa: no estaba viendo imágenes bellas, estaba enfrentándome a personas, a miradas que no pedían permiso.
Moya no buscaba adornar la realidad, tampoco la usaba como denuncia escandalosa porque él miraba con una claridad brutal, sin necesidad de alzar la voz. Sus fotos no te gritan y te hacen ver con calma lo que quizá pasaste por alto.
Hay una verdad en sus retratos que me sacude. Quizá porque no los hizo desde la distancia ni desde la estética, sino desde la honestidad. Fotografió luchas sociales, rostros anónimos, figuras históricas pero en todos, incluso en los más conocidos, hay algo profundamente humano. Como si el lente hubiera sabido cuándo bajar la guardia junto con ellos.
“El azar viaja en la mochila del fotógrafo, como parte de su equipo, como un lente más.” (p. 15)
Moya entendía que la fotografía no es solo preparación y encuadre. Es intuición y estar ahí. Y en cada página, algo se acomoda y se rompe al mismo tiempo. No se trata de ver para entender, sino de ver para quedarse con una pregunta más.
“El azar viaja en la mochila del fotógrafo, como parte de su equipo, como un lente más.” (p. 15)
“Mirar una foto con intensidad es descubrir a su autor. Y éste, al ver detenidamente sus imágenes mucho tiempo después, una y otra vez, bajo distintos estados de ánimo y distintas luces, comprende que está penetrando al otro lado del espejo, donde los personajes y los avatares de la vida nos observan sesgadamente desde la memoria del recuerdo, en lugar de ser nosotros quienes miran.” (p. 63)
“¿El retrato es sinónimo de rostro?” — No es indispensable un parecido total, pero tampoco le hace daño a la imagen. A través de una foto donde el rostro domina, se pueden hacer deducciones o fantasías de muchas circunstancias; desde la edad y la clase social, hasta el carácter, la personalidad o el temperamento más recóndito del sujeto.” (p. 89)
Terminé el libro y cerré la tapa como quien guarda algo valioso. Moya no necesitó hacer ruido para dejar huella. Lo hizo con paciencia y respeto. Con una mirada que no impone, solo acompaña.
Después de leerlo, volví a mis propias fotos y me pregunté: ¿estoy mirando o solo tomando fotos?