Hay fotografías que se vuelven parte de mi historia incluso antes de que supiera tomarlas bien o tener una cámara a la mano. Algunas están movidas, otras desenfocadas, muchas hechas sin pensar demasiado. Pero cuando las veo, no puedo borrarlas. No porque sean perfectas, sino porque cuentan una historia importante de ternura.
Zlatan llegó primero. Un chihuahua rescatado con más carácter que tamaño. Había vivido demasiado en modo defensa. Se llevaba mal con otros perros, con el mundo incluso. Hasta que entendió que aquí nadie quería hacerle daño. Claudia fue clave para eso. Con su paciencia, logró algo que no se enseña: estar ahí sin exigir. Zlatan se dejó querer. No de inmediato, pero sí de verdad.
Después vino Luna. Con ella todo fue suave. Llegó con silencios, con temblores, con una mirada que no sabía si confiar o correr. Tenía miedo de cosas pequeñas: una escoba, un ruido, una mano que se movía rápido. Pero detrás de ese miedo, había algo tierno que se asomaba apenas. Claudia y yo la fuimos acompañando en ese proceso de florecer. Las fotos de ese tiempo son eso: intentos por sostener lo invisible.
Y por último, Dibu. Que no vino de la calle ni de una historia dura, sino de un acto de confianza. Una pareja cercana, que queremos mucho, creyó que podíamos ser el hogar que él necesitaba. Dibu era pequeño, blanco, redondo, y parecía hecho a la medida de nuestra casa. Se adaptó como si nos conociera de antes. Como si ya nos hubiera perdonado cosas que aún no sabíamos que íbamos a cometer.
Con cada uno de ellos aprendimos algo. A tener paciencia. A dejar espacio. A mirar sin querer controlar. A fotografiar desde la observación, no desde la dirección. Muchas de las imágenes que hice en estos años no son técnicamente buenas. Pero cuentan cómo nos fuimos encontrando. Cómo pasamos de ser extraños a ser familia.
Mis hijos los quieren como hermanos. Nosotros los sentimos parte de un ritmo que no sabíamos que nos hacía falta. Documentar todo esto nunca fue una decisión racional. Fue una forma de decirles, con la cámara, que los vemos. Que su historia también importa. Que su ternura, aunque no siempre salga enfocada, está ahí. Constante.
A veces pienso que las fotos más valiosas que tengo no son las que mejor tomé, sino las que más me duelen cuando las miro. Las que me hacen sonreír sin saber por qué. Las que huelen a casa.
Porque la ternura no necesita enfoque perfecto. Solo necesita ser vivida.
Me hizo llorar tu posteo. Hermoso!! Qué lindas fotos. Se ve el amor. (No sé si era para llorar, pero me llevó a ver todas las fotos que le saqué a mi perra y 💔. La extraño mucho).