Nunca he tenido enemistad con los inicios; de hecho, me gustan. Me encanta esa sensación de incertidumbre, el desvelo provocado por los miles de escenarios posibles al emprender una nueva aventura. La posibilidad de construir algo desde cero es algo que, sinceramente, me entusiasma mucho.
Quisiera decir que he salido bien parado de todos los inicios, pero ni de cerca. He tenido que reescribirme muchas veces, aprendiendo desde negocios que no funcionaron, relaciones fallidas, ideas que acabaron en la basura y errores que todavía me pesan. Sin embargo, al final de cada tropiezo comprendí que, sin importar la situación, todo pasa, de una forma u otra.
Por eso, cuando recibimos la noticia de que seríamos padres, la emoción fue intensa y desbordante. Pasamos de la incertidumbre a las sonrisas, las lágrimas y los abrazos en cuestión de minutos. Para cada uno de nosotros fue importante por distintas razones, y aunque fue una sorpresa, fue una de esas que se reciben con el corazón abierto. Nos hizo profundamente felices como pareja.
Pero conforme pasaron los días y fui asimilando la noticia, empecé a sentir que algo dentro de mí se removía. Por primera vez en mucho tiempo reconocí el miedo y el efecto que estaba teniendo en mi. La primera vez que lo noté fue manejando: encendí las luces de emergencia, estacioné a la orilla y bajé del carro porque simplemente no podía respirar. El dolor en el cuello y la cabeza llegó después, acompañado por una rabia que no sabía de dónde venía, pero que estaba ahí. La segunda vez fue en la madrugada, desperté sobresaltado por una pesadilla que ni siquiera recuerdo, y otra vez llegaron los mismos síntomas, seguidos de una jaqueca que arruinó todo mi día. Miedo y ansiedad. LPQMP, no pensé que volvería a recorrer ese camino.
¿Miedo a qué? Todavía no lo tengo claro. La paternidad no es un territorio desconocido para mí. Sé lo que se viene, tanto lo bueno como lo difícil. He aprendido a no romantizar lo duro, pero tampoco quiero usarlo como excusa para dejar de vivir. Tal vez es miedo a quien fui, miedo a perder fuerza y repetir errores. Miedo a no encontrar el equilibrio, a desdibujarme y perder el horizonte. Miedo a volver a herir a alguien que amo y vivir el remordimiento. No lo sé, no lo tengo claro, pero tampoco me importa mucho.
El miedo nunca ha sido un límite para hacer lo que toca, y esta vez no será la excepción. Tampoco es que todo dependa de mí, lo sé, pero en esta ocasión he elegido reconocerlo y hacer las paces con él. Soltar se me está haciendo más difícil que otras veces, pero sé que, tarde o temprano, pasará. Como siempre, todo pasa.
Quiero permitirme vivir lo bueno y lo difícil que venga, sin esconderme, sin endurecerme y volver a aprender a reescribirme, una vez más. Y Como decía mi abuelo: Adelante. Con miedo y con huevos pero siempre hacia adelante.
Que te permitas y compartas tu vulnerabilidad con respecto a cómo te sientes es ya un gran paso y toda una muestra de una actitud valiente, aun cuando sientes miedo.
Atraviesa el miedo en compañía, es mi consejo.
Enhorabuena y gracias por compartirte.
¡Felicidades por la noticia... y adelante!