La semana pasada recibí una noticia inesperada. Algo que moverá fuertemente mi mundo y cambiará muchos de los planes que tenía para los próximos años. Y aunque suelo ser alguien que toma con calma los cambios, me tomó cierto tiempo asimilar la noticia y calmar el torbellino de ideas y escenarios para poder pensar con claridad y actuar de la forma más sensata.
En medio de ese arrebato inicial, le escribí a AN —una amiga de varios años— a modo de desahogo. Fueron dos o tres párrafos por WhatsApp, sin entrar en detalles, solo para contarle, muy por encima, lo mal que me sentía. Su respuesta fue corta y clara: “Oraré por ti. Y cuando estés listo para hablar, avísame.”
No compartimos la misma fe. De hecho, más de una vez hemos tenido discusiones acaloradas por ese tema. Pero, aun así, suelo acudir a ella cuando me siento mal, porque siempre espero ese acto de oración.
Para quienes creen en una divinidad, orar —rezar— es establecer una conexión íntima con lo sagrado. No se trata solo de pedir; también es agradecer, reconocer límites, buscar consuelo o simplemente compartir la vida interior con una fuerza superior.
En el cristianismo, la oración puede ser de súplica, gratitud o contemplación. En el islam, es una práctica estructurada que ocurre varias veces al día y conecta lo divino con lo cotidiano. En el judaísmo, se convierte en acto de memoria, compromiso y continuidad. En el hinduismo y budismo, los mantras pueden dirigirse a deidades o simplemente ser un ejercicio de concentración y liberación del ego.
Lo que tienen en común es que son momentos profundamente íntimos y significativos dentro de la vida espiritual.
Por eso, agradezco profundamente cuando alguien me dice que rezará por mí. No porque crea que eso tenga un efecto concreto, sino porque sé que esa persona me está llevando consigo, en su espacio de devoción más personal. Me recuerda con amor. Intercede por mí desde lo más valioso que tiene.
Y eso, lo crea o no, es un gesto de amor inmenso. Sus palabras realmente me sirvieron de consuelo. No porque esperara un acto divino, sino porque me conmovió el acto humano: alguien que se detiene, piensa en mí y desea mi bienestar, desde su lenguaje de fe.
Mañana todo estará más claro. Pero justo en ese momento, necesitaba un poco de esa paz.
Tengo un par de amigas que han rezado tanto por mi embarazo que cada vez que las veo les regalo velas. Por todas las que tuvieron que "invertir". Hermoso texto.
No mejor regalo que alguien rece por ti, Fer. Como bien has dicho cada uno tiene sus creencias, pero yo que soy del grupo de tu amiga ☺️ te digo que la oración hace que las cosas giren, que cambien de rumbo, que se calmen las aguas. Tiene tanto poder la oración… en ella reconocemos lo poco que somos y pedimos la ayuda que necesitamos para seguir adelante.
Espero que estés mejor. Un abrazo