Los 35 milímetros son, para mí, esa distancia intermedia entre lo íntimo y lo amplio, esa focal que me obliga a contar no solo al sujeto, sino también el aliento del mundo que lo rodea. Es una elección que me hace moverme, acercarme y alejarme, porque con 35 milímetros tengo que encuadrar con intención. No puedo esconderme detrás de un zoom, tengo que ser parte de la escena. Y aunque haya una ligera distorsión, esa distorsión no es estridente, sino una firma elegante.
Muchos han elegido 35mm para contar su obra. Henri Cartier-Bresson, uno de los grandes maestros de la fotografía callejera, lo usó para capturar ese “momento decisivo,” integrando siempre el entorno en sus encuadres. Vivian Maier también eligió esta focal para sus retratos urbanos, permitiendo que la ciudad se convirtiera en parte de la narrativa visual.
Ellos y otros referentes nos enseñan que usar 35 milímetros es aceptar un reto: el de moverte, el de ser consciente de lo que incluyes en el marco, y el de contar historias con autenticidad y contexto. Es una invitación a un baile entre la cercanía y la amplitud, donde cada disparo es una decisión consciente.
En cierta forma, con el 35 no hay excusa: si no entraste en la escena, no hay foto. Y si entraste demasiado… también se nota. La medida justa es la que te obliga a pedir permiso con los pies.
Excelentes fotos
Mi focal favorita y justo por eso: porque te obliga a moverte y a encuadrar pensando. Hace años, era fotógrafa de bodas y hacía toda la boda con un 35. Me permitía estar muy presente y acercarme a las personas en un entorno en el que nadie te mira raro porque, al estar trabajando, está permitido.